• La alemana Steffi Graf, de frente, y Gabriela Sabatini: último set en la final de Wimbledon 1991.
Fueron dos horas y unos minutos padecidos como nunca. Muy distintos a aquella intensa definición del US Open el año anterior entre las mismas protagonistas. La fotografía que veíamos desde el palco de prensa, mientras terminábamos de hablar con Buenos Aires para contar detalles del partido por radio, no era la soñada un par de horas antes: la alemana Steffi Graf, a los veintidós años, con el plato de campeona otra vez en alto; Gabriela Sabatini, de veintiuno, a su lado, masticando la decepción propia, justa y necesaria de haber caminado por la cornisa de la gran victoria y del primer puesto mundial.
Nadie, ni su padre, su tío, su agente del momento –el estadounidense Dick Dell–, su coach –el brasileño Carlos Kirmayr–, apostados en una de las esquinas de la legendaria tribuna, ni los que asistimos a la histórica final, podíamos reprocharle nada. Sentir dolor era una cosa, pero reprochar nos pareció irreverente.
El sábado 6 de julio de 1991 Sabatini nos deleitó con 127 minutos jugosos y dramáticos, que bien vale ser revividos a través de los recuerdos.
Nos tomamos cada día el “underground” o “tube” (el subte) hasta la estación Southfield, una parada antes de la terminal, que es la indicada para llegar a Wimbledon. Caminamos las diez o doce cuadras por la pintoresca Church Road donde, casa de por medio, utilizan sus jardines como improvisados negocios de venta de merchandising para todos los gustos con dos colores distintivos: verde oscuro y violeta. Junto a nosotros, cientos de futuros espectadores, portadores de canastas con comestibles y una inocultable ansiedad por llegar hasta el portón de hierro del All England Lawn Tennis & Croquet Club.
En aquella edición usamos muchísimas veces el paraguas. Nunca había llovido tanto durante el torneo, nos contaban los periodistas más experimentados. Fue histórico por la cantidad de milímetros caídos y por la excesiva demora para completar los cuadros. Luego de tres días, el caos en la programación hizo poner los pelos de punta a todos: los organizadores, espectadores que pagaron entradas con un año de antelación y no pudieron ver prácticamente nada de tenis, los corresponsales de prensa, que no teníamos nada para informar excepto que el agua caía y caía.
Un ejemplo concluyente: en el “Day 1”, como numeran cada fracción del certamen, no se jugó ni un punto y las arcas británicas tuvieron que reservar más de 26.000 boletos para el mismo día pero de ¡1997! Es decir, perdieron la recaudación completa, tal cual sucedió en 1987.
En la sala de prensa ya no sabíamos qué hacer. Conversábamos, jugábamos a las cartas, mirábamos las repeticiones de los pocos encuentros jugados, escribíamos una y otra vez detalles al azar para las notas siguientes... Sin resultados la tarea cae en un profundo pozo si la misión es mantener informado al oyente, al televidente o al lector. De estas peripecias se “salvan” los medios mensuales, pero no las radios, los diarios o la televisión, porque cuando los partidos se suspenden no hay mucho margen para “inventar”. Esa era la situación y “el” tema que perturbó hasta a la estatua de bronce del mismísimo Fred Perry en uno de los accesos.
Recuerdo, eso sí, que en medio de la tediosa tarde de la jornada inaugural, cerca de las 19, se anunció por los parlantes que debíamos desalojar el predio en forma urgente: encontraron un paquete sospechoso en la cancha central e intervino la brigada de explosivos. Tardaron quince minutos en resolver que se trataba de una falsa alarma y regresamos a la aburrida espera. Cuando el primer domingo les pisaba los talones, las autoridades seguían con un debate: si utilizarlo o no (por tradición, no se disputaban partidos ese día). Apenas 52 encuentros de los 240 ideales se habían podido completar hasta el jueves, y la rueda inicial recién culminó ¡el sábado!
El “sacrilegio” se hizo realidad el domingo 30 de junio, porque no les quedó alternativa. Fue la primera vez desde 1877, desde aquel mítico momento “cero”. Largas filas humanas -estimadas, según los británicos, en más de 3.000 metros- se formaron en el campo frente a la entrada principal. Con paciencia británica aguardaron la “bajada de bandera”, listos para correr y conseguir la mejor ubicación posible, pues el ticket de ese día no tenía indicado un asiento fijo. Así, el que se sentó, no se movió hasta que se jugó la última pelota de la jornada, por temor a perder la privilegiada platea en el court central.
El costo del boleto de ese inédito “Sunday's People” fue de 10 libras para la principal y el court número uno, y de 5 libras para el resto del predio, denominados “ground passes”.
Sin buscarlo, Sabatini formó parte de ese domingo intermedio: en el court central se programó su partido de tercera rueda contra la checa Andrea Strnadova, siendo el match de apertura de la jornada. Fueron recibidas con bullicio casi carnavalesco e inusual para el santo lugar. Los asistentes -más de 11.000- estaban desconocidos, pues eran espectadores que nunca imaginaron estar allí apenas dos días antes. Nada de “flema inglesa”, al parecer. Fueron 24.894 personas quienes compraron las localidades impresas de apuro para toda la jornada.
Tras la fácil victoria de Gabriela –en cincuenta y cinco minutos por 6-1 y 6-3–, le sucedieron Stefan Edberg vs. Christo Van Rensburg, Arantxa Sánchez Vicario vs. Lori McNeil y como cierre, Jimmy Connors vs. Derrick Rostagno, partido que finalizó con la despedida de “Jimbo” en sets corridos.
Fue una tarde maravillosa en todo sentido. La drástica medida se repitió en 1997, 2004 y 2016, pero nadie olvidará la de 1991, pues desde el árbitro general, Alan Mills, hasta el último de los vecinos de los barrios linderos, la consideraron como una escabrosa y desafiante decisión. Los juveniles también sufrieron las consecuencias de los retrasos y tuvieron que jugar en otro club, en Roehampton, a unos veinte minutos de Wimbledon.
• Lady Di y su hijo William en el Royal Box de Wimbledon durante la entrega de premios a Graf y Sabatini.
Sabatini jugó de manera irregular los partidos previos, pero incluso con un puntaje bajo en varios rubros, fue efectiva. Ganó los tres encuentros iniciales con alguna pesadilla dando vuelta, como su servicio. Con las francesas Quentrec (segunda ronda) y Tauziat (octavos), se quebraron once veces en dos sets en cada encuentro. Resultó una falencia evidente, con doble faltas y dudas constantes. A pesar de no haber iniciado el certamen con expectativas ambiciosas (según nos comentó en las primeras ruedas de prensa), su innegable calidad la depositó en las semifinales.
Dentro del cuadro femenino surgió la pequeña figura de la estadounidense Jennifer Capriati, quien se convirtió en la semifinalista más joven de la historia de Wimbledon hasta ese momento, con quince años. No había llegado por casualidad: venía de eliminar nada menos que a Martina Navratilova en un extraordinario encuentro de cuartos. Fue un espectáculo ver las devoluciones de saque y los passing shots a la carrera de la nueva princesa; desbordó a la gran campeona en varios aspectos. La “borró” en dos sets y con eso la posibilidad de que la gran Martina ganase por décima vez en Londres.
A esa jugadora venció luego Sabatini, en poco más de una hora y media, aunque con algún sufrimiento por los cinco match points a los que tuvo que recurrir. Se convirtió en ese instante en la primera argentina -hombre o mujer- en protagonizar una definición de singles en el All England.
Graf, su rival para la final, había vencido en un parejo partido desde el fondo a Mary Joe Fernandez. Con Gabriela solo se había enfrentado en dos finales Majors: el US Open 1988, donde la alemana ganó en tres sets, y US Open 1990, con victoria de Sabatini en dos. Y aunque 20 de los 29 partidos anteriores entre ambas habían sido para Graf, los últimos cinco habían quedado del lado de Gabriela. Ese antecedente concreto hacía que flotara en el aire cierto gusto a sorpresa.
Nunca podré olvidar el temblor de mi voz y en mi mano izquierda, con la que sostenía el tubo del teléfono mientras con la derecha trataba de anotar en mis papeles todo lo que veía de esa terrible obra conmovedora que fue la finalísima. Yo salía en directo por FM Horizonte, una radio que no acostumbraba a realizar diálogos extensos sino emitir música en forma constante, pero en el micro informativo crucial, cuando Sabatini tuvo la gran posibilidad de quedarse con el título -con un score de 4-6, 6-3 y 6-4 primero y 4-6, 6-3 y 7-5 más tarde, los dos potenciales-, desde los estudios me dieron el vía libre para seguir al aire punto por punto, algo inédito en la emisora.
Lo hice de la forma en que mencioné: agitado frente a semejante posibilidad, porque aunque muchos digan lo contrario, en esos momentos límite del deporte que cubrimos los sentimientos y la presión se cruzan por más profesionales que nos consideremos.
Vale la pena revisar los apuntes, que por suerte quedaron protegidos del tiempo y la humedad, aunque desprolijos y un tanto ilegibles. A la distancia, se transforman en una herramienta valiosa para analizar paso a paso la definición. Nos ubicamos en el 4-4 del tercer set y el saque de Graf. Con una doble falta, la alemana perdió ese noveno game y llegó la primera gran chance de Gabriela: sacó 5-4. En el primer punto la devolución de drive de la alemana voló lejos de los límites, 15-0; en el segundo, un revés con slice de Gaby pegó en la faja y quedó de su lado 15-15; en el tercero, después de un peloteo desde el fondo, Graf se fue a la red sobre el revés de su oponente luego de una pelota muy profunda y con dos voleas, una para acomodarse y otra terminante hacia el otro sector puso el marcador 15-30; en el cuarto Sabatini sacó muy abierto y Graf se corrió hacia su drive con la pelota casi sobre su cuerpo, Gaby realizó un approach de revés, muy rasante, pero el drive paralelo de Graf fue muy fuerte y Sabatini se tiró de palomita para interceptar el passing shot, sin suerte, 15-40 y doble break point; en el quinto punto de un game muy disputado, la famosa “chicharra” del ojo electrónico que custodiaba los servicios sonó sola y frenó el servicio de la argentina; segundos después, el grito de un espectador la obligó a cortar otra vez el movimiento de saque. Una vez que logró poner la pelota en juego, un revés con slice cruzado se le fue ancho y sentenció el 5-5.
Gabriela colocó todos los primeros saques, pero Graf fue mucho más agresiva que hasta ese instante. Ya habían consumido 1:50 del partido. En el game siguiente, con ataque constante, Gaby volvió a quebrar y se colocó 6-5. Nueva oportunidad con el servicio. Sabatini sacó muy alto a la derecha en el primer punto y el drive cruzado e implacable de la alemana marcó el 0-15; en el segundo tanto Gaby se adelantó y lo ganó con un smash de revés, 15-15; en el tercero, un calco del primero, pero con Graf muy punzante en la red, 15-30; en el cuarto, otro saque al medio, a media velocidad, que Graf estrelló contra la banda, 30-30.
En ese instante eran las 16.07 de una tarde a pleno sol y algo de viento. En la Argentina recién se cursaba el mediodía. Se cumplían dos horas de partido cuando Sabatini sacó para ponerse match point: falló su primer intento y el segundo, al medio, recibió una descomunal devolución de drive de Graf. Gaby logró levantarla con una pelota al fondo, al revés, que la alemana devolvió al revés de Sabatini, quien desde el fondo pegó con slice y se fue al ataque para intentar cerrar. Graf pegó paralelo, al cuerpo de la argentina y, tras una volea de drive drive hacia el sector derecho, Graf llegó con lo justo e intentó un passing a la carrera desde un metro del costado de la cancha. ¿Punto? No, Gabriela lo interceptó, voleó de revés –según dijo después, con el marco, con la cara de la raqueta hacia arriba–, y la pelota quedó dentro del rectángulo de saque del lado del deuce.
Graf advirtió que el pique había sido muy alto (la pelota, en vez de hundirse o hacer “patito”, flotó unas décimas de segundo que nos parecieron años), entonces corrió y alcanzó a pegarle de revés con slice por la parte más baja de la red, levemente cruzado, donde ya no pudo llegar Sabatini.
En el 30-40, un primer servicio lento y el drive paralelo de Graf hicieron el resto para el quiebre y la igualdad en seis games. Sabatini no tuvo ninguna otra oportunidad: Graf ganó en ventaja su saque para el 7-6 y de inmediato le quebró a Gabriela en 15-40, con un drive cruzado inalcanzable.
La umpire británica Jane Tabor no tuvo más remedio que decir “game, set, match Miss Graf”. El grito y el salto de la alemana expresaron la alegría por su décimo título Major pero, sin ninguna duda, representó la descompresión luego de una batalla que tuvo dos veces perdida. Se saludaron con una sonrisa, red de por medio, y se fueron al vestuario para cambiarse antes de recibir los premios.
Como indica el protocolo, los duques de Kent, presidentes honorarios del All England, entraron por uno de los laterales, conversaron unos segundos con algunos de los ball-boys –tarea a cargo del duque, Mr. Edward 2º– y con las ball-girls –a través de la duquesa, Catherine Worsley–, una tradición.
Por tratarse del torneo femenino, fue Worsley quien realizó la entrega. Gaby se quedó con el plato más pequeño pero gigantesco para la historia argentina. Habló con la duquesa, le agradeció y volvió a sonreír a pesar de su pena interna. Alzó el trofeo y recibió una ovación incomparable. Lady Di, acompañada por su hijo William, de nueve años, observó el match desde el “Royal box” y no paró de aplaudir. Tampoco el embajador argentino en Londres, Mario Cámpora, y su señora, invitados al palco real.
Como una vuelta atrás en la película, muchos números pueden graficar el trigésimo enfrentamiento entre Sabatini y Graf. De ellos, los más representativos tienen que ver con la mínima diferencia de puntos ganados: 101 para la alemana, 99 para la argentina. Eso explica el gran trabajo que Gaby hizo contra su obstinada rival. Para que las cifras quedaran inmortalizadas en el papel, la ganadora obtuvo 11 saques ganadores (14 para Sabatini); 68% de eficiencia con su primer servicio (56%); 28% con el segundo (36%) y 7 break points sobre 7, es decir 100% de efectividad contra 6 de 9 de Gabriela.
El sabor siempre amargo que produce la sensación de algo que se escurre entre los dedos lo sentimos, estoy seguro, todos los que fuimos testigos, ya sea en el lugar, por televisión, radio o al otro día leyendo los diarios y más tarde las revistas mensuales. Pero no existieron los lamentos fuera de la bronca propia de una deportista de élite que solo busca la victoria.
Sabatini se trajo mucho más de lo que fue a buscar. Se sintió siempre acompañada y respaldada cada vez que pisó ese rectángulo extrañamente atractivo, cuidado como nunca y donde no dejan de retumbar las respetuosas palmas de gloriosas tardes pasadas.
El encanto de Wimbledon tuvo un romance inmediato con Gabriela. Por eso su paso quedará, imperecedero, grabado en cada rincón de la “Catedral”, donde se respira tenis, tenis y tenis. Ella se posó más allá de un triunfo o una derrota. Los aficionados británicos la colocaron en un sitial de gran figura. Hasta la compararon con una alemana –Cilly Aussem, campeona en 1931– porque no veían desde entonces una jugadora tan cautivante. Cientos de piropos similares arrancó su seducción.
Al regresar a Buenos Aires, nuestro balance resultó confuso: conformes porque Sabatini apenas había perdido un partido de tenis, pero con la amargura de estar tan cerca de algo grandioso y volver sin nada.
Wimbledon, que ese año cumplió 105 ediciones, seguirá allí. La huella de Gabriela, por la categoría que propagó sobre el sagrado césped, también.
Los partidos de Sabatini en Wimbledon 1991
1º + Monique Javer (GBR) 6-4 y 6-0
2º + Karine Quentrec (FRA) 6-4 y 6-2
3º + Andrea Strnadova (CHE) 6-1 y 6-3
Octavos de final + Nathalie Tauziat (FRA) 7-6 (3) y 6-3
Cuartos de final + Laura Arraya (PER) 6-2 y 6-1
Semifinales + Jennifer Capriati (EEUU) 6-4 y 6-4
Final - Steffi Graf (ALE) 6-4, 3-6 y 8-6
*Puppo estuvo presente en la edición 1991 de Wimbledonç
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Fotos: Miguel Ángel Zubiarrain (juego) / Eduardo Puppo (resto)